Reseña de una novela corta, que bien puede incluirse en el mes temático de libros sobre libros organizado en la blogosfera.
Título: Un viejo que leía novelas de amor
Autor: Luis Sepúlveda
© Luis Sepúlveda, 1989
© Tusquets Editores, S.A., 1993
© Editorial Planeta, S.A., 1998
Colección Clásicos Contemporáneos Internacionales
Tercera edición: enero de 1998
ISBN: 84-08-46225-3
158 páginas
Aquí os dejo la portada de la novela publicada por la Editorial Tusquets, que seguro os resulta más conocida.
Argumento
Un viejo que leía novelas de amor no es más que la historia de un pueblo remoto de la selva amazónica, El Idilio, y de uno de sus protagonistas, Antonio José Bolívar Proaño, que es además el personaje que da título al libro; un hombre que conoce la selva porque ha vivido mucho tiempo en ella antes de reincorporarse a la civilización, gracias a la ayuda de los indios shuar (mal llamados jíbaros), con los que convivió tras la muerte de su esposa. Es una novela que nos habla del respeto hacia la selva y sus leyes, hacia los animales y los indígenas que la pueblan.
Dos veces al año, el dentista Rubicundo Loachamín visitaba a sus pacientes en El Idilio, cuyos dientes estaban estropeados por la malaria. Mitigaba sus dolores con una curiosa anestesia oral: el gobierno era el culpable de que tuvieran los dientes podridos y de que les doliera (odiaba a cualquier gobierno, fuera de la clase que fuese). Les llevaba distintas dentaduras postizas y pactaba con ellos el precio de aquella que les iba bien. El viejo Antonio José Bolívar Proaño le llevaba la cuenta de los dientes sacados en cada visita. Tenía buena relación con el dentista, y aprovechando sus viajes le pedía que le trajera novelas de amor, con sufrimientos, amores desdichados y finales felices
Antonio José Bolívar Proaño, verdadero protagonista de la historia, es un viejo de unos setenta años, que sabía leer pero no escribir (apenas hacía su firma). Repetía las palabras y las frases, haciendo suyos los sentimientos. Su pertenencia más preciada después de su dentadura postiza, que solo usaba para comer, era su lupa, que le ayudaba a leer.
El libro es en realidad la historia de su vida y de la selva que lo rodea. Un acontecimiento desdichado, la muerte de un gringo a manos de una tigrilla, hace que el alcalde, al que conocen con el apelativo de la Babosa, organice una batida con el fin de cazarla. El mensaje del libro es que hay que respetar las leyes de la selva y de los animales que la conforman. La batida organizada sirve a los lectores para acercarse a la figura del protagonista, experto en las leyes selváticas por haber convivido con los shuar, una tribu indígena de la selva amazónica, y haber sobrevivido al encuentro. La novela sirve de excusa para conocer aspectos de esta tribu y cómo hay que respetar el entorno que la selva ofrece.
Antonio José Bolívar Proaño llegó a la selva con su mujer, como tantos otros colonos que soñaban con dominar ese entorno. Su nefasta lucha contra la naturaleza hizo que los shuar se compadecieran de ellos y les enseñaron a cazar, pescar, levantar chozas estables, reconocer entre frutos comestibles y venenosos, pero sobre todo el arte de convivir con la selva. A la muerte de su mujer a causa de la malaria, convivió con la tribu, de quienes aprendió el idioma compartiendo sus cacerías. La prosa del autor nos envuelve y nos transporta a otros escenarios, desconocidos para la mayoría, nos mete en la historia.
El descubrimiento más importante de su vida fue comprobar que sabía leer. Era poseedor del antídoto contra el ponzoñoso veneno de la vejez. Sabía leer. Pero no tenía qué leer. Empezó leyendo unos periódicos viejos que le prestó el alcalde a regañadientes, pero no le interesaron. Un cura le habló de varios tipos de libros, y cinco meses viajando a El Dorado, un pueblo algo más grande, pulieron sus preferencias de lector. Los textos de historia le parecieron una secuencia de mentiras. Se decantó más por Edmundo D'Amicis y "Corazón", pero tanto sufrimiento no debía ser posible. Con "El Rosario" de Florence Barclay, encontró aquello que realmente deseaba; contenía amor por todas partes. Le gustaban las novelas de amor, pero no las de hembras ricas, calentones, sino las del otro amor, del que duele; novelas que "hablan de amor de forma tan hermosa que le ayudan a olvidar la barbarie humana".
Un viejo que leía novelas de amor no es un libro romántico, es un libro de aventuras. Su lectura nos acerca a otro paisaje, la selva, y a otra manera de entender la vida. No es un libro de amor, en el sentido humano de la palabra, aunque sí podemos considerar que en sus páginas se vislumbra un amor por la naturaleza y una lucha contra el progreso mal entendido que destruye las tierras de la Amazonia. En solo ocho capítulos el autor nos muestra la no siempre adecuada lucha del hombre contra su entorno y la respuesta de ese propio entorno que se ve atacado en ocasiones por la vil mano del hombre. Nos acercamos con la historia a una realidad diferente a la que se vive en las grandes ciudades, y de algún modo sufrimos con los pensamientos del protagonista.
El título del libro puede parecer engañoso, puesto que las lecturas del protagonista no son el tema principal de la novela, y tampoco trata, como ya se ha dicho anteriormente, un tema romántico, sino más bien la lucha por la supervivencia en un entorno más o menos hostil. En cuanto al protagonista, pese a su edad, personalmente no lo consideraría viejo (ya me gustaría a mí llegar a su edad con esa agilidad física y mental).
Lectura recomendable, que puede leerse en un par de tardes, para los que quieran adentrarse en un ambiente diferente, con la aventura que supone la lucha de la propia naturaleza y seres que la integran contra el avance del hombre.
A esta novela se le concedió el Premio Tigre Juan en 1988 y el autor en una página al principio del libro dedica este premio a Chico Mendes, uno de los más grandes defensores de la amazonia, defensor del Movimiento Ecológico Universal, que murió asesinado y la novela no llegó a sus manos. Podéis acercaros a su figura en el siguiente enlace.
Sobre el autorAntonio José Bolívar Proaño, verdadero protagonista de la historia, es un viejo de unos setenta años, que sabía leer pero no escribir (apenas hacía su firma). Repetía las palabras y las frases, haciendo suyos los sentimientos. Su pertenencia más preciada después de su dentadura postiza, que solo usaba para comer, era su lupa, que le ayudaba a leer.
El libro es en realidad la historia de su vida y de la selva que lo rodea. Un acontecimiento desdichado, la muerte de un gringo a manos de una tigrilla, hace que el alcalde, al que conocen con el apelativo de la Babosa, organice una batida con el fin de cazarla. El mensaje del libro es que hay que respetar las leyes de la selva y de los animales que la conforman. La batida organizada sirve a los lectores para acercarse a la figura del protagonista, experto en las leyes selváticas por haber convivido con los shuar, una tribu indígena de la selva amazónica, y haber sobrevivido al encuentro. La novela sirve de excusa para conocer aspectos de esta tribu y cómo hay que respetar el entorno que la selva ofrece.
Antonio José Bolívar Proaño llegó a la selva con su mujer, como tantos otros colonos que soñaban con dominar ese entorno. Su nefasta lucha contra la naturaleza hizo que los shuar se compadecieran de ellos y les enseñaron a cazar, pescar, levantar chozas estables, reconocer entre frutos comestibles y venenosos, pero sobre todo el arte de convivir con la selva. A la muerte de su mujer a causa de la malaria, convivió con la tribu, de quienes aprendió el idioma compartiendo sus cacerías. La prosa del autor nos envuelve y nos transporta a otros escenarios, desconocidos para la mayoría, nos mete en la historia.
"Cazaban dantas, guatusas, capibaras, saínos, pequeños jabalíes de carne sabrosísima, monos, aves y reptiles".En una ocasión el protagonista fue mordido por una equis, y los shuar lo ayudaron a sanar. Lo celebraron con la Fiesta de la Serpiente.
Al final de la celebración bebió por primera vez la natema, el dulce licor alucinógeno preparado con raíces hervidas de yahuasca, y en el sueño alucinado se vio a sí mismo como parte innegable de esos lugares en perpetuo cambio, pensando y sintiendo como un shuar.Antonio José Bolívar Proaño sabía tanto de la selva como un shuar, era buen rastreador, nadaba como ellos; era como uno de ellos, pero no era uno de ellos. Al errar un tiro de cerbatana notó que envejecía, tomando la decisión de establecerse en El Idilio para vivir de la caza. Al principio los lugareños lo rehuyeron, descubriendo pronto el valor de tenerlo cerca. Colonos y buscadores de oro gringos cometían errores en la selva, porque creían que las armas que llevaban podrían con todo, y estaban equivocados. Su conocimiento del entorno selvático lo llevará a participar en la batida gracias a la cual nos acercamos al conocimiento de su persona.
El descubrimiento más importante de su vida fue comprobar que sabía leer. Era poseedor del antídoto contra el ponzoñoso veneno de la vejez. Sabía leer. Pero no tenía qué leer. Empezó leyendo unos periódicos viejos que le prestó el alcalde a regañadientes, pero no le interesaron. Un cura le habló de varios tipos de libros, y cinco meses viajando a El Dorado, un pueblo algo más grande, pulieron sus preferencias de lector. Los textos de historia le parecieron una secuencia de mentiras. Se decantó más por Edmundo D'Amicis y "Corazón", pero tanto sufrimiento no debía ser posible. Con "El Rosario" de Florence Barclay, encontró aquello que realmente deseaba; contenía amor por todas partes. Le gustaban las novelas de amor, pero no las de hembras ricas, calentones, sino las del otro amor, del que duele; novelas que "hablan de amor de forma tan hermosa que le ayudan a olvidar la barbarie humana".
Un viejo que leía novelas de amor no es un libro romántico, es un libro de aventuras. Su lectura nos acerca a otro paisaje, la selva, y a otra manera de entender la vida. No es un libro de amor, en el sentido humano de la palabra, aunque sí podemos considerar que en sus páginas se vislumbra un amor por la naturaleza y una lucha contra el progreso mal entendido que destruye las tierras de la Amazonia. En solo ocho capítulos el autor nos muestra la no siempre adecuada lucha del hombre contra su entorno y la respuesta de ese propio entorno que se ve atacado en ocasiones por la vil mano del hombre. Nos acercamos con la historia a una realidad diferente a la que se vive en las grandes ciudades, y de algún modo sufrimos con los pensamientos del protagonista.
El título del libro puede parecer engañoso, puesto que las lecturas del protagonista no son el tema principal de la novela, y tampoco trata, como ya se ha dicho anteriormente, un tema romántico, sino más bien la lucha por la supervivencia en un entorno más o menos hostil. En cuanto al protagonista, pese a su edad, personalmente no lo consideraría viejo (ya me gustaría a mí llegar a su edad con esa agilidad física y mental).
Lectura recomendable, que puede leerse en un par de tardes, para los que quieran adentrarse en un ambiente diferente, con la aventura que supone la lucha de la propia naturaleza y seres que la integran contra el avance del hombre.
A esta novela se le concedió el Premio Tigre Juan en 1988 y el autor en una página al principio del libro dedica este premio a Chico Mendes, uno de los más grandes defensores de la amazonia, defensor del Movimiento Ecológico Universal, que murió asesinado y la novela no llegó a sus manos. Podéis acercaros a su figura en el siguiente enlace.
Luis Sepúlveda nació en Ovalle, Chile, en 1949.
Ha recorrido desde muy joven casi todos los territorios posibles de la geografía y las utopías, y de esa vida inquieta y agitada ha sabido dar cuenta en apasionantes relatos y novelas. Su novela "Un viejo que leía novelas de amor" ha sido traducida a numerosos idiomas, con ventas millonarias, y llevada al cine con guión del propio Luis Sepúlveda, bajo la dirección de Rolf de Heer y protagonizada por Richard Dreyfuss.
A esta obra siguieron "Mundo del fin del mundo", un libro entre la investigación y la denuncia; "Nombre de torero", una particular novela negra; "Patagonia Express", un libro de viajes autobiográfico; "Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar", una inteligente narración para niños, y "Desencuentros", una recopilación de relatos. Más recientemente ha publicado "La sombra de lo que fuimos" (2009), "Historias de aquí y de allá" (2010) y "Últimas noticias del sur" (2011), un libro de viajes con fotos de Daniel Mordzinski.
Hola, conozco este libro desde hace tiempo, pero no sé porqué lo he dejado pasar. Quizás no sabía bien qué me iba a encontrar, ahora me lo has dejado bastante claro, y despejada la parte no-romántica, me quedo con que es una historia casi ecológica, de lucha por la naturaleza. Me lo apunto (otra vez).
ResponderEliminarGracias y un saludo!
Justo es la segunda reseña que leo hoy. Yo lo leí hace muchos años, recuerdo muy poco de él y sé que no fue un libro con el que disfrutase, pero creo que por el momento, seguro que ahora la perspectiva sería diferente
ResponderEliminarbesos