Libro cortito, claro ejemplo de libro sobre libros.
Título: Tocar los libros
Autor: Jesús Marchamalo
Cuadernos de Mangana, 29.
© Jesús Marchamalo
© Centro de Profesores y Recursos de Cuenca
ISBN: 84-95964-24-4
64 páginas.
Formato: Rústica con solapas
Título: Tocar los libros
Autor: Jesús Marchamalo
Cuadernos de Mangana, 29.
© Jesús Marchamalo
© Centro de Profesores y Recursos de Cuenca
ISBN: 84-95964-24-4
64 páginas.
Formato: Rústica con solapas
Cuadernos de Mangana es una colección de textos pertenecientes a distintos autores que han participado en cursos de este Centro de Profesores.
Tocar los libros corresponde a la intervención de Jesús Marchamalo en el curso "La novela española de nuestro tiempo (VI)" de abril de 2004.
Sobre el autor
Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) lleva más de dos décadas dedicado al periodismo. Ha pasado buena parte de su carrera en Radio Nacional de España y Televisión Española.
Tiene en su haber diversos galardones, entre ellos el Premio Internacional de Radio, Montecarlo, 1991; el Premio Internacional de Radio, URTI, 1990; el Premio ÍCARO de periodismo 1989, otorgado por el Grupo 16; y el Premio Nacional de Periodismo, MIGUEL DELIBES, 1999.
Es autor entre otros, de los siguientes libros: Manual ilustrado de copia y chuletaje (Miraguano, 1985), Técnicas de comunicación en radio (Paidós, 1994), La venganza, el placer de la justicia salvaje (Espasa, 1995), Bocadillos de delfín, anuncios y vida cotidiana en la posguerra española (Grijalbo, 1996), La tienda de palabras (Siruela, 1999) y Las bibliotecas de la guerra (Galería Sen, 2003), en tirada limitada con grabados originales de Javier Pagola.
Durante ocho temporadas fue presentador y guionista del espacio Al Habla, en La 2 de Televisión Española, dedicado a la difusión del idioma español, y tiene una página, De palabras, dedicada al lenguaje en la revista Muy Interesante.
Dedicado casi en exclusiva al periodismo y a la gestión cultural, colabora asiduamente en diversas publicaciones culturales con reportajes, entrevistas y reseñas relacionados con el mundo de la edición, las bibliotecas, la literatura y la creación literaria.
Más información sobre el autor en su página web.
Aproximación e impresiones sobre el libro
Lo que me ha quedado claro con la lectura de este libro es que se lee de tirón y que deja un buen sabor de boca, porque habla de situaciones ante las que todos los amantes de los libros nos hemos visto en algún momento y es bueno saber que no somos los únicos que tenemos problemas a la hora de coleccionar tan preciado tesoro. Sin duda me hubiera gustado asistir a la conferencia que dio lugar a este libro, porque está lleno de anécdotas sobre escritores y su más preciado botín que me hubiera gustado escuchar in situ.
El autor nos plantea desde el primer momento la necesidad o no de saber el número exacto de libros que se tiene (reconozco que es un dato que yo misma desconozco). Un día de insomnio, en lugar de contar ovejas sintió la necesidad de contar libros, primero a ojo según los centímetros medios de grosor de los libros y los metros de estanterías que tenía en la casa. En el lugar donde trabajaba conviven más de mil volúmenes, palabra que es utilizada cuando se tiene cierta edad. Ahí reúne todo lo que hubiera leído en diecinueve años si hubiera dedicado una semana de media a cada uno. Libros de temática muy variada que todos, incluso los escritores más reconocidos, hemos ido acumulando, que se han ido juntando con los demás sin saber cómo han llegado hasta allí. Walter Benjamín tenía una colección especial de cuentos de hadas, Pedro Salinas coleccionaba tratados de urbanidad, y Aleixandre guardaba novelas policíacas
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Según el autor, las bibliotecas definen a sus dueños, la lectura es una declaración pública de intenciones. Habla de quiénes somos y de cuáles son las cosas que nos interesan. Compartir lecturas hermana como lo hace compartir los mismos gustos culinarios o zona de veraneo. Cuando se habla de que los libros que poseemos nos definen me da un poco de respeto; me encanta la novela negra y los libros de intriga y misterio, y es lo que abunda en mi biblioteca particular, y es lo que suelo comprar, sobre todo en bolsillo si la economía me lo permite, pero no creo ser una experta en asesinatos ni espero que esto me defina. Leo de todo, ya se puede comprobar últimamente en las entradas variadas del blog, pero a la hora de adquirir, me decanto por este género (aunque también por novela histórica); si alguien que no me conoce ve mis estanterías, que para nada son tan extensas como las del autor (ya lo quisiera yo) podría mal definirme; creo que a lo largo de nuestra vida pasan muchos libros y autores por ella, y que como en todo, para la lectura también tenemos momentos, eso si, disfrutamos compartiendo nuestros gustos con otros que piensan como nosotros.
Según el autor, hay algunos libros que están en todas las estanterías, como "El Principito", "El Quijote" y "El nombre de la rosa" (reconozco que estos tres los tengo), aunque lo que cabe preguntarse es si esos libros que todos tenemos se han comprado para quedar bien o si realmente se han leído. Como siempre en este tema encontraremos de todo.
Con respecto a los libros que leemos, es difícil quedarse con un título o con un solo autor, siempre se nos ocurrirán muchos con los que hemos disfrutado o lo haremos en el futuro. No hace mucho circulaba por facebook un reto en el que te animaban a que te quedaras con los diez libros que más te habían gustado o que al menos te habían marcado. Me resultó complicado hacer el reto, y preferí tirar de los libros que leí en mis inicios, con autores que me inculcaron un amor por la lectura (no puse títulos representativos de la literatura universal, solo títulos que me recordaron que había pasado un buen momento al acercarme a ellos).
A veces es difícil que recordemos el argumento de un libro que leímos aunque dentro de nosotros sabemos que nos gustó y que nos dejó un buen sabor. De joven el autor recuerda a Salgari, Verne o Melville; yo me quedo con Enid Blyton y Agatha Christie (cada uno tiene sus propios recuerdos).
Un problema que plantea el autor es cómo colocar todos esos libros que hemos ido acumulando a lo largo de los años y de los que por supuesto no tenemos intención de deshacernos. Lo ideal es una gran casa, y un buen sueldo del que disponer. El escritor mexicano Sergio Pitol, con más de ocho mil libros en su haber, cuando tenía problemas de espacio derribaba una pared y construía otra habitación. En nuestro caso, con pisos de reducido espacio, es normal que los libros ocupen todas las estanterías casi sin orden ni concierto, y que de allí pasen a ocupar mesas, sillas, o que aparezcan apilados en un rincón de la habitación... a pesar de no tener espacio, seguimos comprando, y nos seguimos emocionando si algún libro nos toca en algún sorteo o si una pequeña editorial se fija en nuestro modesto blog y nos propone el envío de un ejemplar. Adoramos los libros, y en mi caso adoro los libros en papel, y me gusta tenerlos, hasta el punto de que si he leído algún libro interesante de la biblioteca que me ha gustado mucho y no tenía he procurado hacerme con su versión en edición bolsillo, mucho más asequible a mi mermada economía y que por supuesto ocupa menos espacio. Esto se solucionaría si me acostumbrara al uso de libros digitales, pero es algo que aún me cuesta y sigo prefiriendo el tacto del papel, creo que soy de la vieja escuela.
A la hora de ordenar estos libros también hay problemas, y es otro tema que se plantea en la charla. ¿Cómo lo hacemos? ¿Por orden alfabético como en las bibliotecas? Así convivirían uno junto a otros libros que nada tienen que ver en estilo o temática. Si lo hacemos por cronología autores que no se llevaban bien en vida pueden acabar juntos, y si lo hacemos por tamaños el espacio no siempre estará bien repartido. En mi caso uso la ordenación por tamaño y temática... suelo tener los libros que más me gustan en la parte delantera de la balda, y los que menos uso, o simplemente los que tienen más tiempo o están más estropeados, en la parte trasera de esa misma balda, porque todos los que tenemos problemas de espacio sabemos que las baldas de las estanterías se utilizan por encima de sus posibilidades (esperemos que un día no caigan todos los libros que soportan nuestras estanterías).
El autor presenta el caso de escritores que no han tenido más remedio que deshacerse de libros, sobre todo por falta de espacio, aunque con el tiempo es normal que esos autores se hayan hecho con una biblioteca casi tan grande como la que antes poseían. Reconozco que no soy yo mucho de deshacerme de libros, muy al contrario, acepto aquellos que me dan, aunque sean usados, si están en buen estado o si pueden recomponerse. Sólo me he deshecho de aquellos libros que tenía repetidos, porque más joven era muy aficionada (reconozco que influía el precio de la oferta) a hacerme con los primeros títulos de las colecciones en tapa dura que algunas editoriales sacaban a precio asequible al comienzo de las estaciones, y en ocasiones alguno de los títulos se repetía. En estos casos los libros fueron puntualmente donados a la biblioteca o regalados a alguien que los supiera valorar, con gustos parecidos a los míos, pero no me he deshecho de ellos tirándolos a ningún contenedor; si he tenido que deshacerme de alguno por problemas de humedad me ha dolido en el alma, lo reconozco.
Pero, con todo lo que tenemos para leer y con lo nuevo que se publica, ¿por qué conservamos libros que nunca vamos a volver a leer o no vamos a necesitar? Esta es una pregunta que plantea el autor, y según él, los libros denotan autoridad cultural, dotan de prestigio a sus poseedores y son un signo de aspiración intelectual. Aportan soluciones decorativas, dan tono a una casa y abrigan. Quizá tengamos tantos libros por la herencia que vamos a dejar a los que nos siguen, quizá a nuestros hijos o sobrinos, aunque el valor sea exclusivamente sentimental, porque desde que aparecieron las ediciones de bolsillo el valor económico de los libros ha bajado considerablemente (compro libros por leerlos y por el placer de tenerlos, nunca he tenido en mis manos una primera edición como pieza de coleccionista y de tener posibles no creo que los comprara para eso). Los libros envejecen mal, el papel amarillea, se vuelve quebradizo, penetra el polvo en las hojas y los mancha la humedad, pero así y todo seguimos con la idea de tenerlos y disfrutamos comprándolos y leyéndolos.
Tenemos libros que no nos aportan nada, que no nos gustan después de haber leído unas cuantas páginas de ellos, pero aun así los conservamos (es mi caso); suelo darle la oportunidad a los libros, me cuesta dejarlos a medias, y en ocasiones tiendo a releer las páginas si hace tiempo que lo he dejado. No me gusta llevar varios libros a la vez, sobre todo si son de una temática parecida, prefiero disfrutar las lecturas una a una e intercalar libros de menos páginas, pero suelo ser cabezota a la hora de leer, y no me doy por vencida generalmente cuando cojo un libro, aunque en principio no me termine de llenar, porque me he llevado gratas sorpresas en algunos finales que cambian totalmente la idea que tenía sobre un libro que en principio no me llenaba.
Ya no suelo prestar libros, no porque no quiera o porque desconfíe si el libro va a regresar a mis manos (creo que todos sabemos a quién podemos prestar algo y a quién no), sino porque es fácil encontrar muchos de los títulos que tengo en las bibliotecas (si es que cuentan con presupuesto para comprar), y es allí donde vamos muchos a hacernos con las últimas novedades, si no podemos esperar a que salga en bolsillo. Las bibliotecas públicas son cada vez fuente de conocimiento y de satisfacción de deseo en cuanto a lecturas, y se agradece que pongan a nuestro alcance los títulos que no siempre podemos adquirir. Además, en ellas encuentras en ocasiones títulos que están descatalogados o que es difícil que consigas en una librería, a no ser que sea de viejo o de ocasión. Lo que está claro es que los libros llevan la esencia de aquellos a los que pertenecen o han pertenecido; aquellos a los que nos gusta disfrutar de un buen ejemplar en papel, aunque no sea de nuestra propiedad, lo cuidamos por encima de todo, sin escribir en los márgenes, sin subrayar y quitando la sobrecubierta para que no se estropee... hay quien forra los libros para protegerlos, aunque personalmente nunca lo he hecho con los libros de lectura. Dámaso Alonso, según cuenta el autor, era reacio a prestar sus libros porque se los devolvían completamente esguardamillados, es decir, desbaratados, descompuestos y descuadernados.
Como se puede ver, en pocas páginas Jesús Marchamalo trata bastantes temas que tienen que ver con libros, y con anécdotas que sobre ellos afectan a escritores conocidos y a lectores en todas partes y en distintas épocas. Como lectores amantes de los libros nos sentimos identificados con el libro, que trata temas entretenidos sobre los que cualquier voraz lector o coleccionista de libros puede opinar, planteando preguntas y respuestas que cada uno de nosotros a la vez puede responderse, y que se hace corto, porque es un pequeño ensayo que se lee de tirón y se disfruta, y quedas con ganas de seguir conociendo más detalles del tema tratado. Como dije al principio, me hubiera gustado asistir a la conferencia que dio lugar a este libro porque estoy segura de que la hubiera disfrutado. Sin duda habrá que seguir la pista de este autor, si escribe principalmente sobre un tema que personalmente me gusta: los libros.
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